Tengo gran curiosidad en saber quien más se siente como yo, con los hijos de su nuera. Me explico: Amo a todos mis nietos por igual, pero con los hijos de mi hija Paulina, doy cara donde sea. Siento que puedo tomar decisiones y ejecutar acciones. Lo mismo que disciplinarlos que darles un té de anís para el malestar de estómago. En cambio, con los hijos de mi hijo y mi nuera Alma, no me atrevo ni a mirarlos mal, si no se están portando como debieran.

El otro día ella los dejó a mi cuidado mientras iba a donde los chinos a hacerse las uñas, y justo a la hora de mi novela (que dicho sea de paso, se está acabando). A ellos les dio con qué quieren ver los muñequitos de una puerca. Así como lo leen. Una puerca. Como si eso fuera más importante que el amor de Juan Ignacio y Lucía Marisela. Traté de explicarles que abuelita quería ver su novela tranquila, y que ellos pueden sentarse a jugar con los juguetes que siempre tengo en casa para todos mis nietos.

Se pusieron a chillar de tal forma que terminé yo misma viendo a la Cerda saltando en los charcos de barro. Más amargada que un limón de nevera vieja partido a la mitad.

Cuando Alma llegó, con sus pulidas y filosas uñas de acrílico, lo que hizo fue comentar que el más chiquito no debe jugar en el piso frío por su tema con el asma. No soy de confrontar mucho y ella tampoco. Ella es más como la gatica de María Ramos, que tira la piedra y esconde la mano.

Tampoco quiero crear un malestar entre mi hijo yo; pero entiendo que si me van a dejar ese par de huracanes que amo con la vida, debería tener el derecho de tomar acciones disciplinarias. Especialmente porque son muy intensos.

Agradezco cualquier sugerencia que me ayude a resolver esta situación.

Cordialmente,

La abuela que se perdió el final de la novela.

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