Por: Diego Melendez Berdeguer
Antropólogo y Escritor
Apenas con tres pies sobre el suelo la mayoría de los baby Boomers atravesamos la década del cincuenta. Eran tiempos en que algunos de nuestros más valiosos seres atacados por el polio se reducían a sonreír desde el fondo de sus camas. Otros emigraron con sus padres a la metrópolis Nueva York, Hartford de manera que estas ciudades entraron en nuestro folclor cultural como un barrio más de Borinquen. Como generación la resistencia para sobrevivir al melting pot de las grandes ciudades nos integró dándole un nuevo perfil a nuestra identidad. Pero tanto a ellos como a nosotros que nos quedamos, se nos avisó.
Lo repitieron la radio, los periódicos y los papás. Y tanto estuvo la promoción que, entre celebraciones de vecindario el evento se materializó. A Puerto Rico llegó la televisión, pero antes de cualquier programa, la pantalla presentaba un indio con penacho que parecía moneda de cinco centavos. Sin saberlo nos exponíamos por primera vez a la publicidad mediática.
Vimos con asombro a un George Reeves vestido de Superman lanzándose por una ventana. Para nuestras mentes eso anunciaba que las cosas pronto mejorarían.
En cada ocasión que el hombre de hierro saltaba por una ventana se resolvía el entuerto que fuera. Pero él no vino solo, en las pantallas se reunieron unas bandas de buenazos como lo fueron el Cisco Kid, el Llanero Solitario, los Patrulleros del Oeste y Johnny Weiss Müller como Jim de la Selva.
De esa manera, nosotros incautos, pensábamos que de afuera siempre llegaría la ayuda, que el balance entre el bien y el mal lo traería un héroe maravilloso, y si no, la compraríamos. No sospechábamos que, tras las paredes de nuestras casas, la isla delineó un nuevo perfil urbano y moderno al transformar la economía agraria en una industrial. Durante las décadas del 50 y 60 la clase media suburbana norteamericana estableció los patrones de vida a seguir, no sólo por la isla sino también a nivel internacional. Los valores de una cultura agraria comunitaria son sustituidos por el consumo abundante, la fe en la educación como medio de ascenso social, y la esperanza en la tecnología y el progreso que esta representa.
Aun así, recuerdo que en mi primera infancia existían alternativas a la vida en la isla. Por ejemplo, se decía que, si se acababa el Mundo, “el periódico”, se compraba el Imparcial, otro rotativo de la época. Mi familia vivió un simulacro de mudanza al barrio en Nueva York, pero en fin, mamá nunca quiso dejar a sus papas sin cuido, así que nos quedamos a superar los retos diarios. Sin embargo, luego de la emigración del 50 nos devoró la visión de éxito de la clase media de E.U.A. e Internacional. Ser alguien, ser algo significaba casa nueva en la urbanización, dos autos en la marquesina, televisor, tocadiscos, nevera, estufa, máquina de lavar y secar…Viajes de placer al exterior, y acceso a comprar en los centros comerciales.
Hoy ya no hay periódico el Mundo, ni hablar de El Imparcial. Pero en Puerto Rico se vivió un tiempo en el que la vida era producto del trabajo digno. Cuando los familiares en el exilio eran motivo de alegría para mamá, porque, en Navidad sus hermanos y el vecindario tendrían una “blanca navidad”.
Hoy en cambio se remplaza el vivir por el representar. Parecería que estos tiempos están matizados por una cultura de fácil evasión, de divertir remplazando el pasado cultural con la revolución cibernética, las redes sociales, los videos juegos y el rap caracterizado por el empobrecimiento musical y lingüístico. Hoy los productos son efímeros, duran tanto como su representación y los valores existentes son determinados por el mercado.
De seguir así dejaremos escapar la vida como agua entre los dedos. Si como la mayoría de los Boomers vivimos en la marginalidad económica y social, debemos encontrar una solución a los males causados por la dependencia a los fondos federales, a la ayuda por las altas tasas de desempleo, al subempleo, a la baja tasa de participación en la vida productiva y social de la cual arrasa con nuestra generación sometida por las circunstancias de la época. Y si a este panorama le añadimos el inevitable envejecimiento, el cuadro para nada resulta alentador. Mas, no debemos olvidar una cosa, la vejes no busca, te encuentra y consume solamente si te plantas tras las murallas de la resistencia, es decir, si resistes a modificar tu definición del mundo y no aceptas la única realidad existente el continuo cambio de todo”.
Para poder mantener el entusiasmo de la vida es importante valorar en peso las experiencias que nos proporcionan las instituciones como la familia, la paternidad, la educación, sin embargo, a medida que los hijos se van y nos retiramos de los trabajos, por más nostalgia del pasado que tengamos, por mas entendimiento que concentremos, si resistimos el cambio la historia nos aplastara con su peso arrollador. Para sobrevivir a este mundo cambiante y a la soledad a la que muchos nos vemos obligados a adoptar, hay que saber cambiar la página. Como dice la canción salsera “tu amor es un periódico de ayer que nadie quiere ya leer”. Sobrevivimos gracias a que insistimos ver el ayer como un trampolín al futuro inexistente e imaginado.
Cuando abrazamos la realidad de que únicamente contamos con el hoy, el ahora, que es un continuo fluir al que debemos aferrarnos y aprovechar cada segundo de vida, pues si la dejamos escapar será irrecuperable.
Having said that, buscando activarme y mantener la cordura dentro de tanto cambio, agraciadamente encontré la marcha. El ejercicio de desplazamiento urbano como excusa para crear una fuente de energía propia. Por ejemplo, el Doctor Mario Alonso Puig afirma, que “con el ejercicio el sistema límbico se activa. Al activarse, éste genera recursos que producen una actitud de ánimo en el cerebro que se traduce en la creación de nuevos he ignorados recursos con los cuales podemos enfrentar con mayor entusiasmo y creatividad los retos de la vida diaria”.
Claro está, al marchar y caminar volvemos al origen, al nacimiento, al desarrollo evolutivo de la especie, del homo sapiens cuando conquisto a pie el planeta. La ciencia a descubierto que con solo asumirla reducimos la presión arterial, se robustece el sistema inmunológico y se mejora el desempeño del organismo en todas sus manifestaciones, desde el trabajo remunerado hasta las labores domésticas más sencillas.
Si de niñas y niños vimos a George Reeves vestido de Superman lanzándose por una ventana para volar y resolver problemas, hoy sabemos que depende de nosotros y cada individuo en nuestra generación el encontrar su héroe interno.
Mientras se practica la marcha el ritmo cardiaco aumenta paulatinamente, con ello el torrente sanguíneo invade la totalidad de las células corporales. El sistema esqueletal, los músculos y órganos internos, reciben un torrente de oxigenación y nutrientes, potenciados mediante las “encimas de la felicidad” las endorfinas. Ese bombeo sanguíneo, invade el cuerpo como un torrente que limpia, fortalece y armoniza la maquinaria humana.
Al practicar la marcha, ubico un espacio del día al encuentro con mi propio ser. Mientras me actualizo tonificando el cuerpo, pongo a funcionar el vehículo energético con el cual experimento la existencia. La marcha y el ejercicio establecen una estrategia saludable ante los males invasivos que nos bombardean socialmente. Si los celulares y la redes en la internet han banalizado la vida sirviendo de escape tecnológico a los múltiples problemas de diario, el encuentro con la respiración profunda ejercida en la marcha es un antídoto. Para los Baby Boomers el ejercicio se convierte en herramienta imprescindible para desarrollar nuestra propia energía impulsándonos a obtener nuevos bríos y salud, enriqueciendo nuestra calidad de vida, y por lo tanto, la condición de la sociedad en general.