Aquí estoy en el comedor, pensando en el banquete del 24. Desde que murió mi esposo, mi hija ha sido la anfitriona de los encuentros navideños, pues confieso que por años perdí las ganas de recibir a la familia en mi casa. No podía ver la mesa, con la silla de Luis ocupada por otra persona.
Sentía que sería muy duro para mi. Nuestra tradición era juntos, él y yo, adobando el pernil dos días antes. Él recogía los gandules del patio para el arroz… Él iba al supermercado por el hielo, las bebidas y los desechables. Él decidía si este año la ensalada sería de papas o de coditos. ¿Cómo retomar esa tradición sin mi compañero, apoyo y cómplice?
Este año mi hija tuvo la idea de traerme a los nietos e iniciar una nueva tradición: Cooperar todos en la preparación. Tengo un sustito en el corazón pero a la vez pienso que Luis estaría feliz de ver nuestra mesa engalanada de nuevo… Ahora con nietos alborotando el ambiente.
De eso se trata la Navidad. De reunir a la familia y como el nacimiento del niño Jesús, permitir el nacimiento de nuevas tradiciones, de nuevos sentimientos, nobles y buenos. De sacrificar y dejar morir lo que duele y amarra, lo que destruye y amarga.
Este 2022 dejo atrás el dolor y abrazo la dicha que me traerá el 2023. Celebro los tantos años cumplidos y los tantos por cumplir, con mi mente clara, más viva que nunca.
A todos los que como yo, confían, creen y sueñan:
“Feliz Navidad y Próspero 2023”