No hay nada como las memorias y recuerdos de paseos y giras en nuestra infancia y juventud.
Cuando tenía como 8 o 9 años, a mis padres se les ocurrió la idea de organizar una gira familiar a cierto río en no sé que pueblo. Estaba chiquita y recuerdo el alboroto, más no los detalles.
Sé que estaba lejos y nos obligaron a acostarnos temprano, con la excusa de que debíamos madrugar. Debía ser como las 5 de la mañana, pues aún el sol no había salido cuando empezaron a llegar parientes a nuestra casa, que era el punto de reunión.
Ollas de arroz, pan de la Panadería, viandas y muchas chucherías envueltas en papel de aluminio y en bolsas de supermercado.
Yo estaba más feliz que una mañana de Navidad. Presentía que sería una aventura inolvidable.
En aquella época no había tantas autopistas como ahora, así que cualquier viaje de un extremo a otro se hacía eterno.
Paradas para estirar las piernas, para hacer pipí, para que una prima cogiera aire porque en el camino se mareó y sentía nauseas… En fin. Cualquier niño se desespera en par de horas. Yo estaba ansiosa imaginando aquel río de aguas cristalinas.
Después de lo que a mi me parecieron como 5 horas, finalmente llegamos. Según mi papá, había que bajar una cuesta. Así que todo el mundo agarró lo que pudo, entre neveritas, ollas y bultos. Ufffff.
Camina y camina. Tía Milagros se tropezó. Se detiene la procesión para brindarle auxilio. Seguimos. Mi primo Robertico empieza a chillar. Y es que al más inquieto todo se le pega. Agarró una ortiga y le dio urticaria. Le pica mucho la mano. Alguien dijo que debían orinarle encima para mitigar el picor. Después de que uno le hizo el favor, resulta que ese remedio es para las “Aguavivas”, no para la piquiña de plantas venosas. Recuerdo el griterío y la tensión.
Seguimos nuestro rumbo.
Mi papá que iba al frente se detiene y deja caer los bultos que cargaba. Se hace un silencio. Soy muy pequeña y no puedo ver, así que corro, empujando a los más grandes. ¡Oh sorpresa! El famoso río estaba SECO.
Los más chiquitos empezamos a llorar, los más grandes a refunfuñar. No recuerdo bien cómo fue la subida de motetes pero sí recuerdo la risa del regreso. No quedó más remedio que comer a orillas de la carretera y poner buena cara a tan mal tiempo.
Durante años esa anécdota se contó cada Nochebuena. El único que no se reía era mi papá, el organizador de la gira.
Recordando esta memoria fue que me animé a ir este fin de semana al Centro de Convenciones, a ver qué encuentro en el Puerto Rico Outdoor Expo; porque los momentos al aire libre pasan rápido, pero su recuerdo permanece por generaciones.
¡Allá nos vemos!
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