Tengo una teoría muy personal: Cuando Dios quiere atraerte, lo hace con lazos de amor o de dolor. Según yo, Dios quiere darse a conocer a todos y cada uno de nosotros y buscará la forma de que vayamos a él. A veces a través de una prueba difícil, a veces con un llamado sutil desde el fondo de nuestro corazón o -incluso- de forma creativa, como hizo conmigo.
Hace muchos años, en mis “diecitantos”, vivía la vida con la certeza de que yo era inmortal. Que mi belleza y juventud eran inagotables. No fui criada bajo ninguna religión, pero sí bajo estrictos estándares morales.
Confieso que mi debilidad eran los hombres. Así como lo leen. Era una romántica sin remedio. Si no hubiera sido por el control absoluto que tenían mis padres sobre mí, yo habría sido una dama de dudosa reputación (¡en serio!). ¿Por qué creen que siempre hablo de amor en mis relatos? ¿Por qué creen que después de viuda me reencontré con un viejo pretendiente? Vivo en una eterna novela de amor.
Pues Dios, a sabiendas de eso, puso en mi camino un joven respetuoso, de buenos modales y con un amor ferviente a Él. Para mí, inmadura, reprimida de mi libertad… Su único defecto era “ser religioso”. Pero, como dije, Dios sabe más que eso y es original en sus estrategias de mercadeo.
José Andrés, como se llamaba el siervo, me invitó a la iglesia. Al principio, lo asumí como un sacrificio para poder darme el gusto de conocer aquel galán de ojos azules. A diferencia de lo que pensaba, José Andrés nunca me habló de religión. Siempre habló de una relación con Dios. Me invitaba a leer la biblia y a orar. Me hablaba de perdón, de amor y paz a través de esa relación ¿Realmente Dios me amaba tanto que perdonaba todo lo que he hecho, con un arrepentimiento genuino y un reconocimiento de su resurrección? Pero lo más impactante es que su comportamiento siempre habló más alto que su voz. Eso despertó algo muy grande en mí, el deseo de acercarme cada día a la fuente de vida.
Empecé a interesarme más en la Biblia que en José Andrés, “el enviado”.
Mi amor por Dios empezó a crecer más que el que profesaba por el guapo enamorado, quien resultó ser un “falso profeta” en mi vida. Su encargo en mi destino fue sembrar una semilla, a la que Dios ha dado y sigue dando crecimiento con cada día de mi vida.
¿Qué puedo decir? Soy una Baby Boomer y todavía la obra que él empezó en mí, sigue su curso hacia la perfección.
En esta Semana Santa, como siempre, me dio para el amor…. Pero no para el amor de José, Juan, Luis, Guillermo… Ni ninguno de esos “apóstoles” que han pasado por mi vida. Mi amor más grande es hacia aquel que murió y resucitó para darme vida y vida en abundancia.