De todas las festividades, el Día de los Padres es la que más difícil me resulta celebrar. Siempre tengo un chiste para todo, menos para el que junto a mi mamá, me dio la vida.
Mi recuerdo de él es borroso y cuando crecí, entendí por qué me hablaban tan poco de mi papá.
No fue un buen proveedor, ni un buen esposo, y menos, un padre digno de honrar.
Pero, por cosas de la vida, cuando empezó la Pandemia y lo que yo llamo “El enzorramiento del encerramiento”, me dio con hacer el árbol genealógico de mi familia. Mi hija me puso una aplicación en el teléfono celular y con mucha paciencia me explicó cómo usara. Con ese sistema yo podía explorar bases de datos para obtener más información de los miembros de mi clan. También puedes tener acceso a gente cuyo árbol coincida con el tuyo. Es una forma interesante de conectarte con familia que ni conoces.
Pues tuve suerte, y conocí una pariente lejana. Nos conectamos y hasta el sol de hoy, hemos podido ir poco a poco desarrollando una bonita relación, y a la vez hilando una madeja de historias que fueron de boca en boca, de sus abuelos a sus padres, de sus padres a ella, de ella a mí.
Con ella (y lo avanzado que tenía su árbol) – supe que mi papá fue un hombre muy maltratado y abusado por mi abuelo. En un instante empecé a moldear la figura de mi padre; pero esta vez con elementos que lo convirtieron en una víctima bajo mis ojos.
Esto me permitió sanar y reflexionar. Lo perdoné, y este año decidí por primera vez, incluirlo en mis oraciones, y llevarlo de manera simbólica al almuerzo por el día de los padres.
Como me siento ligera de carga, mi mensaje va para los hijos. En este Día de los Padres, honra a tu papá, perdonando sus errores. Felicítalo con un corazón agradecido y consciente de que no hay un solo papá perfecto. Perfecto el perdón que le ofreces y el amor que le brindas.
A todos los papás, ¡Felicidades!