Quiero contarles un secreto, que empezó en los pasillos de una iglesia en San Germán, hace más de 50 años.
Mi mamá y yo íbamos cada domingo a misa. Y entre la oración y los abrazos de la paz, siempre se colaba una enseñanza. Ella aprovechaba para educarme sobre la manera correcta de sentarme, de saludar y de vestir. Cuando una mujer llevaba una falda un poco más ajustada de lo que -en su criterio- entendía como “decente”, me lo mostraba, para que siempre recordara lo que NO DEBÍA HACER.
Crecí creyendo que el ajuste de ropas es primo hermano de la moral distraída. Así que toda la vida he usado vestidos “acordes a mi edad”… La pregunta es, ¿según quien?
Les confieso que en los primeros meses de la cuarentena caí en depresión. Como a muchos, la vida se me puso patas arriba. Me sobraba el tiempo para sufrir por el pasado y para lamentar el presente.
En los días recientes he podido ver cuánto “crecí” en la cuarentena. Ahora veo por la ventana y no miro el palito de limón. Veo libertad. Siento y percibo diferente. Tanto así, que para este Acción de Gracias decidí que no quería pavo. Nunca me ha gustado el pavo pero siempre nos gusta complacer. Mi hija se ofreció a traerlo. Qué bueno. Yo haré mi famoso cabrito y que todos coman lo que deseen.
El secretito está en mi closet. Un vestido rojo entallado de pies a cabeza. Se me notan las curvas de la cadera y de los chichitos de la cintura (¡y me encanta!). Se que todos morirán cuando me vean, cual sirena de 7 décadas. Y yo feliz.… Porque la cuarentena me enseñó que el momento de abrazar, de reír y de usar el vestido rojo es AHORA.
Me encantó la historia del vestido rojo por la historia de su madre. Yo me siento así pero diferente historia con los Tres Reyes Magos y mi madre también. Una historia única e increíble. Dlb