Una mujer que sobrevivió al impacto directo de un carro, en un accidente en San Juan, recibió hace muchos años la oportunidad de seguir viviendo. Por un milagro inexplicable para los doctores, Socorro Merán salió caminando del hospital -tras una dolorosa recuperación-, muchos meses después.
Nada volvió a ser igual ni física ni espiritualmente hablando. Por un lado, le tomó años hacer cosas tan sencillas como ponerse de rodillas y por el otro, vivía con la certeza de que cada día debía tener un propósito. No pensó que, a sus más de 60 años, el amor sería un regalo que llegaría sin buscarlo, pero con la misma intensidad, emoción y pasión de dos jóvenes con energía suficiente para empezar de cero una nueva historia en sus vidas.

Todo empezó en diciembre del 2021. La guagua de Socorro presentó un fallo y una amiga le recomendó al señor José, un mecánico de confianza. Ciertamente no quedó decepcionada. En sus palabras: “Le di un 20 de 10 en la calidad de su servicio y honestidad. Incluso, del avance que pagué para la reparación, me devolvió $100. ¿Qué mecánico hoy día hace eso?”
“Como decimos aquí en Puerto Rico: Cuando te toca, aunque te quites y cuando no te toca, aunque te pongas. Resulta que un año después, en noviembre del 2022, mi guagua presentó un fallo similar al anterior. En esta ocasión la iba a llevar a otro mecánico, pero el mismo día de la cita me acordé del señor José y decidí cancelar. Lo llamé a él, me identifiqué y le pregunté si se acordaba de mí. Me dijo que sí, porque había guardado mi contacto. Le expliqué la situación y me dio cita para la semana siguiente”, cuenta Socorro.
Ese día, ella nota algo diferente en José. Estaba cabizbajo, triste. No pudo evitar preguntar si le pasaba algo. Ahí, el señor le cuenta que había perdido a su compañera de vida hacía solo tres meses. En el impacto de la noticia, Socorro le expresa su sentido pésame y sostienen una breve conversación sobre la pena y vacío tan grande que deja en el corazón perder a su ser amado.
Aun en medio de su duelo, una cosa estaba clara para José: No quería pasar los próximos años en soledad. El matrimonio había sido para él una experiencia hermosa que merecía vivirse mientras fuera posible y así lo expresó en esa conversación…
A buen entendedor…
Días después, Socorro recibe la llamada de José para que fuera a buscar la guagua ya reparada. Le explica que no era el mismo fallo del año pasado y que las piezas estaban en el baúl. Ya lista para irse, el mecánico conversador, le bloquea la puerta de salida, en un evidente interés de entablar una nueva charla, que a ambos les resultó muy amena y entretenida.
“En ningún momento me dio a entender que buscaba conmigo algo más que una amistad y viendo sus cualidades, su respeto, su decencia, le ofrecí mi amistad de manera desinteresada. También le dije que era bienvenido para tomar un café en mi casa, cualquier día de estos”, cuenta sonriendo.
Pasó la semana de Acción de Gracias, y José la llamó para aceptar la invitación del café. Era un sábado tranquilo, ambos sentados en el comedor y los minutos pasando como si fueran segundos. Hablaron por más de tres horas sobre el pasado de ambos, la familia, sus valores y creencias, que les disgustaba, que les agradaba… Todo ese mar de información los hizo descubrir que eran bastante afines. Ambos sentían que se conocían de toda la vida.
Cuando ya se van a despedir, él pregunta:
-Doña Doris (como los allegados a Socorro la conocen), ¿usted no se daría una segunda oportunidad en el amor?
Su respuesta vino del alma, pues la pregunta repentina no le permitió elaborar una contestación planificada:
-Si Dios entiende que necesito un compañero, estoy dispuesta a dar mi 50% y no me refiero a lo económico. Es en el compartir del diario vivir.
Con esa respuesta se despidieron, paro tan pronto José llegó a su casa llamó para dar las gracias a Socorro por sus atenciones. Esa noche ambos durmieron poco, pues el “galán” se pasó muchas horas enviándole a su nueva amiga mensajes de texto, en los que describía todo lo que le había gustado de ella.

Al día siguiente la lluvia de mensajes y halagos continuó, pero sin una declaración de amor como tal. El más directo decía:
“Doris, al hombre que usted le toque, se saca la lotería”. Ella lo leyó, pero no respondió. Dos horas más tarde, con la mente inquieta y el corazón alborotado, ella se llenó valor para escribirle: “¿Por casualidad yo le intereso como mujer?”, clara, directa y precisa.
“No pasaron 10 minutos y ya me había arrepentido de haberlo escrito. No es mi estilo ser tan audaz y decidí borrarlo”, afirma con cierta vergüenza. El problema es ya era tarde. José leyó y respondió: Si. Estoy interesado en ti.
Ese día y los demás que siguieron fueron para hablar y hablar. Querían construir en días, los años en los que ninguno estuvo en la vida del otro.
Ya la Navidad estaba cerca y Socorro tenía un viaje a Estados Unidos a visitar a una de sus hijas. Fueron 16 días en los que no se perdió el contacto. Todo lo contrario, pues ella dice que en ese tiempo y a su edad, volvió a sentir maripositas en el estómago.
“Cuando regresé él me recogió al aeropuerto. Me había invitado a cenar el fin de semana siguiente, junto a la amiga que me lo había presentado y referido como mecánico. Lo que ocurrió allí me tomo por sorpresa. Pues llevábamos solo dos meses conversando”, dice.
José, en el restaurante y en medio de la gente curiosa y sorprendida, se puso de rodillas y dijo:
“Mi amor, ante Dios y ante el mundo, con el corazón abierto, te pregunto ¿Te quieres casar conmigo?”
Lo demás fueron abrazos, besos y aplausos. Un noviazgo de dos adolescentes.

“Por mi condición de cristiana sentía que debíamos hacer las cosas bien. Yo puse la fecha para la boda, pues no quería esperar. Después de San Valentín le informe que nos casaríamos el 18 de marzo. Fue una boda sencilla que amé”, asegura y agrega: “No somos perfectos porque solo Dios lo es, pero agradezco que me enviara un compañero para mi última temporada en esta tierra. Los adultos mayores tenemos y merecemos oportunidad en el amor, pues viejo el viento, y sopla”.

Luego de la boda civil, se casaron por la iglesia y esta vez bajo las condiciones de José: Que estuvieran vestidos de blanco, muchas flores naturales y en un lugar especial. Así les fue concedido, y cumplieron su sueño.
Socorro y José celebran un nuevo San Valentín juntos, disfrutando de la vida en matrimonio; haciendo planes y cumpliendo promesas. Ella le cocina con ilusión, él le regala flores con frecuencia. Amarse después de los 60 años ha sido un renacer de sentimientos, con el buen juicio de la madurez y la certeza de que esta historia solo termina cuando la muerte los separe.
Feliz San Valentín para Socorro y José. Felicidades a las parejas nuevas y las de muchos años. A toda la población Baby Boomer que sabe que el amor no es exclusivo para una generación.
