NOTA ACLARATORIA:

La historia -ya comenzada- de Josefina, seguirá contándose por nuestra página de Facebook Baby Boomers Puerto Rico. Visítala para más detalles. Esta columna fija se mantiene con las historias individuales de nuestros Baby Boomers.

El café de Mary

Me vacuné hace unos días. Para mi suerte, sin complicaciones. Mis hijos aun esperan su momento de poder hacerlo, y mientras, siguen manteniendo cierta distancia física y el uso mascarilla cuando me visitan.

El otro día, -antes de la segunda dosis- sentada en el balcón, percibo el olor a cafecito recién colao de Mary, mi vecina de al lado. No pude evitar asomar la cabeza por la verja, y ahí la vi. A penas nos hemos saludado porque cuando esto empezó, su hija se la llevó por meses a su casa en Cayey. 

Me grita: ¡Gloria! ¡Ven a tomar café! ¡Como antes! 

Confieso que sin mucho juicio ni pensamiento abrí la puerta de hierro y caí en su cocina más rápido que volando. 

Pasamos la tarde, comentando la novela, las noticias, los recuerdos, el pasado y el presente. 

Cuando el sol se terminó de esconder escucho el sonido de un carro. Mi hijo venía a traerme unos guineos que había cortado de su patio. Se puso grave cuando me vio salir apurada de la casa de Mary. Me dio tremendo regaño (cómo cambian los roles. Antes yo, hasta palmadas en las nalgas cuando se portaba mal, y ahora él me dice lo que no puedo hacer).

Me dijo, entre otras cosas, que a Mary su hija la trajo de vuelta a casa porque su esposo salió positivo al COVID19. Estaba asustado. Pero el gozo de mi tarde no me dejaba preocuparme. Me encomendé al Señor antes de dormir, y ahora, dos semanas más tarde, completada mis vacunas, me sonrío callada… Porque aunque no fue lo más responsable que hice, fue la felicidad más grande que tuve en meses. Lo bailao, nadie me lo quita. Y el cafecito de Mary tampoco.