Rosa nos cuenta las dificultadas que vivió con Julián, por su pérdida de audición.
Si bien la cuarentena nos unió más en unos aspectos, en otros, la convivencia con mi marido se volvió insoportable. Les cuento que juraba que se hacía el tonto cuando le pedía que sacara la basura y al otro día la casa apestaba a perro muerto. Según él, “no escuchó cuando se lo dije”. Así pasaba con todo. Si yo decía que se mirara al espejo, me decía que no era pendejo. (ESPEJO, te dije ESPEJO!!!)
La pandemia empezó en marzo, y en agosto estaba pensando cómo decirle a mis hijos que me quería divorciar de su papá. La gota que colmó la copa fue el problema que me buscó con Brunilda, mi vecina de toda la vida. Ella me contó llorando que en días anteriores había ido a casa a llevarme un queso de San Sebastián. Yo estaba acostada y Julián le abrió la puerta. Ella me dice -con lágrimas en los ojos- que le dijo a mi esposo que me vino a traer un queso. Julián dijo que entendió que ella quería un beso. Se imaginarán la que se armó; porque para colmo, el muy sinvergüenza se lo dio. Y antes de eso ya había confundido rezo con sexo, yeso con sexo, peso con sexo… y hasta cuando le dije MENSO, según él, escuchó sexo.
Mi hija Catalina fue la que decidió tomar cartas en el asunto cuando ya estaba decidida a retirarme de la batalla. Lo llevó a AUDIOSALUD, la oficina que está ahí en la avenida Domenech, en Hato Rey. Ahí le dijeron que efectivamente tenía pérdida de audición. La licenciada en Audiología le recomendó los famosos audífonos invisibles. El Especialista en audífonos, le mostró de esos que van bien para adentro, allá en el canal auditivo y se programan “wireless”, dizque por “Bluetooth”. Como para que yo no los vea y no recuerde que el hombre está más sordo que una tapia. Nos orientaron en todo lo relacionado a los audífonos nuevos de Julián, por si algún momento tengo que bregar con ellos yo también. ¡De allí salimos muy contentos e informados! Ha pasado un mes y la armonía regresó a mi casa. Les comparto esta carta porque, así como “no hay peor ciego que el que no quiere ver”; no hay peor marido, que él que no puede oír. Ahora, en mi casa, cuando se habla de QUESO… se come queso. Y cuando se habla de SEXO… se ESCUCHA con atención.