Por: Silverio Pérez | http://www.silverioperez.com/

Cuando tomé la decisión de escribir el libro El Secreto de mi Padre estaba consciente de que no solo estaba narrando la historia de este campesino que ha cobrado notoriedad en las redes sociales y en los medios de comunicación al llegar a los 109 años con humor, mucha vitalidad y extraordinaria claridad mental, sino también un llamado a honrar nuestros mayores, sean padres, abuelos, bisabuelos o tatarabuelos, como es su caso.

Lo que subyace en el interés del pueblo en la vida de don Silverio Pérez Rosado es también una añoranza de lo que ya no tenemos, la unión familiar detrás de este centenario al que se le da un cuidado ejemplar y calidad de vida. Es natural que en una sociedad donde la tecnología nos mantiene pegados a nuestros teléfonos móviles y las redes sociales hace que vivamos la vida de otros y eso nos entretenga, el tiempo y la atención a nuestros adultos mayores haya pasado a un segundo o tercer plano. El Secreto de mi Padre pretende decirles a muchos “mira lo que te pierdes cuando descuidas la atención a tus mayores”.

A mí me ha resultado fascinante, sin envidiarle nada a una novela, lo que he descubierto en la investigación genealógica y genética de mi padre. Lo hallado, me hace tener un mayor sentido de pertenencia y orgullo de mi identidad. Descubrí, por ejemplo, que una de las tatara-tatara-abuelas de mi madre fue de las fundadoras del pueblo de Guaynabo; que las abuelas de mi padre y de mi madre eran hermanas, y que en los ancestros de mi padre hubo, tan cercano como en el siglo XVIII, pardos libres, lo que me llevó a investigar qué significaba esa clasificación de raza en la vida de mi familia de aquella época. Los que quieran seguir descubriendo los secretos de mi padre les exhorto a dedicarle un par de noches al libro que, posiblemente, les divertirá más que una serie de Netflix.

Nuestros abuelos y abuelas son el cordón umbilical que nos ata a la contestación de la interrogante ¿de dónde vengo? y ¿por qué soy como soy? Conversar con ellos, escuchar sus historias es más fascinante que los “stories” en Instagram de alguien que no sé quién rayos es y cuya vida posiblemente es totalmente ajena a la mía. Celebrar nuestros abuelos y abuelas es celebrar nuestra propia vida. Fue en una de esas conversaciones que descubrí que mi padre hizo posible con su voto la elección de la primera mujer alcaldesa de Guaynabo, doña Dolores Valdivieso, cuando en ese año 1936 se le concedió el derecho a votar solo a las mujeres que sabían leer y escribir.

Más que un regalo de una camisa o un suntuoso almuerzo, nuestros adultos agradecerían la atención que amerita lo que sienten, recuerdan, opinan o desean. Esos minutos que les dediquemos se pueden convertir en un regalo para nosotros mismos. Descubrí que el sentido del humor que ha servido de base a mi trabajo por décadas surge de mi padre; que el gusto por cantar viene de mi madre y que ciertos rasgos familiares de bisnietos y bisnietas vienen de la ascendencia afrocaribeña.

Soy abuelo y trato de ser para mis nietos el más divertido y amoroso. Pero cuando son ellos los que me dedican su atención y cariño me siento el rey del universo. Celebremos la abuelitud pues resulta ser una buena forma de celebrar la vida.

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