Errores de principiante 

Para la mayoría de las familias, la cocina es el lugar de la casa donde todos coinciden. Allí llenan sus estómagos y nutren su alma.

Ya sea en el café de la mañana o el de la tarde; para poner conversación a la integrante de la familia que está mondando viandas o para colaborar moviendo el cucharón, que va a evitar que se pegue el arroz con dulce.

Con toda esta publicidad del evento Taste Food Fest la próxima semana en Plaza Las Américas, recordé mis tiempos de juventud. Cuando estaba recién casada y mi suegra todavía tenía suficiente energía para conspirar contra mi paz.

La cocina de su casa era la única que inspiraba respeto. Pues ella no permitía que nadie -literalmente- “metiera la cuchara”. Pero le encantaba tener público en su territorio culinario, para presumir su comida, como la mejor del mundo. 

Ella, que criticaba todos los restaurantes que visitaba, imaginen lo que decía de mi comida. 

Nunca tuve un desayuno, almuerzo o cena, que recuerde con agrado. 

Un día, para el cumpleaños de mi esposo, ella se apareció sin avisar y se quedó hasta la hora de almuerzo. Yo, recién casada, no era diestra en la cocina, nunca ha sido mi talento y bajo la mirada condenatoria de mi suegra me sentía aún más torpe. 

Estaba yo guisando habichuelas, y recordé que cuando estaban hirviendo, mi mamá echaba pimiento rojo, el que viene en pote o lata. Yo no lo hacía pero quería darle un toque distintivo, ya que la viegra, digo suegra, estaba ansiosa por criticar mi creación culinaria. 

Me esforcé en la presentación, y llevé todo a la mesa apresuradamente.

Ella fue la primera en servirse (ni porque era el cumpleaños de mi marido, le dio el honor).

¿Ustedes han visto la cara de los bebés que les dan medio limón a probar? Así mismo se le desfiguró el rostro. Se puso roja como un tomate y empezó a toser. Mi esposo y yo nos miramos y la mujer empezó a decir que yo quería envenenarla. 

Fui a la cocina a repasar los ingredientes y pregunté si ella era alérgica a algo. Yo había probado todo antes servirlo. Bueno, las habichuelas las probé antes de echarle el pimiento porque ese toque se lo di al final y no lo creí necesario…

Mirando los restos, vi la bolsa de “chiles secos”. En mi inexperiencia, cuando los compré, lo hice creyendo que eran pimientos (¿deshidratados?) ¡Qué sé yo! Boté la bolsa con disimulo y no di explicaciones. No supe qué decir o qué inventar. Pero después de ese día, mi suegra no volvió a aceptarme ni un café, y supe que a todo el mundo en la familia le hacía el cuento del día que “Josefina quiso matarla”. 

Ya esos recuerdos me dan risa. Hoy la traje a la memoria, segura de que si estuviera viva, no me la llevaba al Taste Food Fest. Mejor sola y bien alimentada; que mal acompañada y muy criticada.