Me crié con mi hermana Jacinta, y durante un período de nuestra vida, cuando enviudé, vivimos juntas en la casa materna de San Germán. Aquel caserón que servía de asilo para cualquiera de la familia que cayera en desgracia económica. Por eso no nos animamos nunca a venderla. Ha acogido a la familia y a mil historias. 

Como sé que Jacinta no le gusta leer, nunca sabrá lo que dije: Ella era la guapa y yo la inteligente. Con esto afirmo que ella nunca fue muy brillante ni yo muy agraciada en virtudes físicas. Lo reconozco. Pero mi personalidad siempre ha sido mi arma secreta de seducción. Belleza, lo que se dice belleza, nunca me ha hecho falta. 

Una noche, solitas en aquella casa de madera, escuchamos ruidos afuera. Presumimos que eran los pasos de algún intruso. Jacinta se moría de nervios y caminaba de un lado a otro. Yo recordé la vieja escopeta de mi abuelo, en el armario del cuarto principal. Si era lo único que teníamos para defendernos, no dudaría en utilizarla -mínimo- como un recurso de intimidación. 

Busco el arma y camino hacia la ventana, con los gritos de Jacinta detrás. 

  • Josefina, ¡noooo!
  • Cállate mujer, grito más atrás.

A lo que ella, aún más fuerte, vocifera:

  • ¡DEJA ESOOO, QUE NO TIENE BALAS!

Lo que tiene de boba lo tiene de bruta. Si el armatoste aquel hubiera servido, las balas iban a ser para ella. Por suerte no fue ningún ladrón el que se enteró que había dos viejas solas y desarmadas en la casa. Si no se trataba del chupacabras, fue algún otro animal realengo, porque la cosa no pasó de ahí. 

Esta historia se las cuento, para resaltar la importancia de no sólo cultivar la belleza física. Jacinta solo se preocupa por tapar sus canas con tinte de pelo. Yo busco mucho más y lo voy a encontrar este 11 de octubre en el Boomer Wellness Day, en Centro de Convenciones de Puerto Rico. Porque estoy segura que las charlas y talleres que impartirán, aportarán a mi espíritu y a mi intelecto. Si opinas como yo, allá nos vemos.