- Lo que está a la vista… ¡También necesita anteojos!
Un día tenía una cita en el oftalmólogo. Ese día mi hija me llevó, pues mi carro estaba dañado. Me atendieron y salí un poco tarde. Como mi hija no me podía recoger, llamó a mi hermano, quien tampoco me podía buscar para llevarme a mi casa. Decidí entonces irme en el transporte público de Carolina (SITRAC) y fui donde la muchacha que trabaja en el Instituto de Ojos para orientarme, pero ella me dijo que se tardaría mucho el transporte en llegar.
Me quedo pensando, ¿qué hago? En ese momento, un matrimonio que estaba en la misma oficina se oficina se ofrece a llevarme, al menos, a la terminal de guaguas. Pero justo veo a lo lejos que me hacen señas desde un carro. Minutos antes yo había saludado a un conocido y supuse que era él, así que rechacé la oferta y fui rápidamente a montarme con él en su carro. Anda que abro la puerta y cuando lo miro bien era otro señor que yo no conozco que me dice: ¿Para dónde usted va? ¡Salí corriendo a las millas! Para luego recordar qué él estaba en la misma cita con su esposa. Con más vergüenza que miedo acepté el “pon” y pude llegar sana y salva a mi casa.
Letty Torres
- Donación generosa
Cierta amiga filántropa estaba reuniendo monturas de anteojos para enviar, en calidad de donación, a Cuba.
Como yo tengo varias que ya no uso, decidí colaborar con la causa. Recogí todo lo que tenía y se lo entregué, sintiéndome orgullosa de poder ayudar.
Al otro día, todo estaba borroso… ¡Y no veía mis espejuelos! Oh sorpresa. Entregué literalmente todo. ¡Hasta los míos propios!
Lo lindo fue que tuve que pedirle a mi amiga, que entre todo el revulú de lentes encontrara el mío antes de que llegara a Cuba. Por suerte, pude escribir este bochorno con mis espejuelos rescatados.
Hortencia Cintrón
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