Cuando estaba en tercer año de escuela superior, una muchacha alta y delgada se sentaba en el pupitre que quedaba a mi derecha. Era Enriqueta, “cara de perro”.

En una época donde el término “bullying” era desconocido, podías fácilmente estar en un aula zoológico habitada por compañeros como: Rosita, boca de pesaca’o; Rogelio, “Jocico’e’puerco” o Vicente orejas de elefante. Esto, sin aparentes traumas ni consecuencias virales en TikTok. 

Enriqueta siempre estaba muy seria, y su apodo era precisamente porque tenía cara de perro bulldog la mayoría del tiempo. Un día llegó más alegre que unas pascuas en el festival de las flores. Y así fue por muchos días. Súper sonriente, amable, feliz. ¡Otra persona, vamos!

La maestra de historia comentó un día: “Tú como que estás enamorá”, y se hizo un silencio. – Ay sí. De Jesús, respondió. 

Todo el mundo abrió los ojos como vaca en el monte haciendo lo que usted ya sabe, porque Jesús era el chico popular de cuarto año. Alto, guapo, simpático. Esa afirmación tan osada, no dejó ninguna duda a la imaginación. Evidentemente su felicidad respondía a un noviazgo clandestino con el más codiciado de toda la escuela. 

De repente, Enriqueta se ganó la admiración y respeto de Raymundo y to’el mundo. Hasta el dia que murió la abuela de una compañera y escuchamos a Enriqueta decir: “Voy a orar por ti, para que mi amado Dios, a través de su hijo Jesús te conceda la paz y consuelo que he recibido yo”.

Ahí todos supimos que Jesús “el de cuarto”, era un falso profeta, y que el gozo de Enriqueta no era producto de toqueteos indecorosos, sino por algo más espiritual y honroso.

Tiempo después mi papá me preguntó: 

“Hija, ¿tú conoces a Jesús” y yo pensé por un momento: “¡Ya no me cogen!

  • Claro que lo conozco. Es bueno y maravilloso con todos, respondí orgullosa, pensando que era la respuesta más adecuada. 

Fue así como Jesús obtuvo su primer empleo en la zapatería de mi papá. 

Nadie lo conocía, -ni yo- pero entró por la puerta grande y con las mejores referencias, producto de la equivocación.

Cuando lo supe, miré al cielo y casi que vi a Dios riéndose de mí y murmuré: – ¿En serio?

Al tiempo que pensaba que si llegaba a conocerlo de verdad, tal vez me ahorraría tanta confusión. Como Dios responde a los que le llaman con el corazón, mi reflexión llegó como una oración y ese mismo día, por “casualidad” me encontré con Enriqueta. 

Le dije: Oye, quiero conocer al Jesús que siempre te tiene con una sonrisa. 

Y ella contestó:

“Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mi”, Juan 14:6

Ese fue el comienzo de una conversación, un corazón que fue perdonado, una vida que fue restaurada: La mía. 

Después de ahí, he seguido desarrollando mi vida espiritual todos los días; pasando tiempo con Jesús, el amigo de Enriqueta, el mío y el de todo el que lo acepta y lo reconoce de corazón. Porque no hay nada que me dé más felicidad en esta vida, que saber que ya tengo gana la otra. 

Nota final: María Celeste Aparicio, amiga mía, sé que siempre lees mis historias; hoy te felicito en tu aniversario. Ojalá yo haber contado 5 décadas como tú, de feliz unión.